En épocas de bonanza da gusto caminar por la vida y por el juego. Todo es sencillo y uno puede permitirse ciertos lujos y placeres que no le pasarán factura. Uno puede salir a cenar de vez en cuando, o permitirse incluso pequeños errores estratégicos sobre el tablero; llegará sin problemas a fin de mes, o a cumplir grandes objetivos (en términos de resultados). Uno puede incluso llegar a ganar un gran torneo, acabando imbatido, pero, en el fondo de nuestro corazón, no son estos laureles los que nos proporcionan la verdadera satisfacción.
En épocas de crisis, no obstante, uno debe aprender a apretarse el cinturón, a hacer cabriolas con la economía doméstica para llegar a fin de mes, o a engañar a la estadística para poder seguir optando a buenos resultados. En la vida, situaciones como éstas no son precisamente reconfortantes, pero en el juego, a mí personalmente, son las que más me llenan. Títulos obtenidos con medias estratosféricas cada vez me satisfacen menos. La gloria del vencedor es demasiado a menudo vacua y perecedera. Eso ocurre porque, en el fondo, lo que nos gusta y motiva en este juego es la oportunidad que nos ofrece de luchar, de superar a las adversidades (bolsa, atril, oponente, diccionario, tiempo) y a nosotros mismos. Dadme partidas en las que tenga un juego complicado, con atriles descompensados, con juego similar o peor que el de mi oponente y disfrutaré como un enano. Una vez olvidada la amargura de no haber obtenido un gran resultado (es condición humana sentirse demasiado apegado a ellos), la satisfacción personal por haber batallado contra las adversidades y no haber cejado en el empeño se convierte en el mejor premio que podamos recibir, aunque no haya nadie para entregárnoslo.
Si en rachas de mal juego somos capaces de vencer a base de tesón y sudor más partidas de las que el destino, a través de la caprichosa bolsa, nos deparaba, no sólo estaremos mejorando nuestras armas para obtener también mejores resultados cuando vengan las rachas positivas, sino que, además, estaremos creando el clima de optimismo y confianza necesarios para invertir la dinámica de nuestros atriles y resultados. Los atriles y el estado anímico actúan de forma sinérgica y se retroalimentan.
Pero ¿qué es eso de engañar a la estadística y qué tiene que ver con ganar más o menos partidas, con obtener una gran satisfacción personal, o con la generación de climas de optimismo y confianza?
La estadística no es más que la fría representación numérica de situaciones. La estadística del Scrabble dice que ganará una partida quien consiga más puntos en ella, una vez acabadas las fichas de uno de los atriles y sumados y descontados los puntos de las fichas sobrantes en el otro atril. Y, en tanto que en casi todas las partidas ambos contendientes juegan el mismo número de turnos, podríamos decir que, en términos generales, ganará una partida quien consiga formar palabras de mayor puntuación. Pues, en partidas especialmente disputadas, podemos aprender a engañar a la estadística, para acabar venciendo aun cuando obtengamos puntuaciones medias por turno inferiores a las de nuestro oponente. ¿Cómo conseguir esto?
Antes de explicarlo, quiero hacer un repaso por dos conceptos que subyacen en la mente de la gran mayoría de jugadores y que puede que sean erróneos por intuitivos. «Quien consiga más scrabbles tendrá mayores opciones de ganar la partida». «Quien realice menos cambios tendrá mayores opciones de ganar la partida».
La consecución del scrabble no es el fin último del juego, sino sólo uno de los medios posibles para buscar la victoria. El fin último del juego es la obtención de más puntos que el rival y a esto puede llegarse de distintas formas. El juego en paralelo o la consecución de largas secuencias de jugadas de alta puntuación pueden llegar a ser tanto o más efectivas que la búsqueda del scrabble como medio para buscar la victoria. Veo demasiado a menudo jugadores que en determinados momentos han llegado a obtener algunos buenos resultados que, sin saberlo, se convierten en peores jugadores de lo que podían llegar a ser por basar demasiado su juego en la búsqueda del scrabble, porque ello les lleva a desechar multitud de jugadas que, por puntuación o estrategia, les conducirían a mejores resultados.
Si a Luis Picciochi, excelente jugador y bicampeón mundial, le funciona, ¿porqué a mí no va a servirme para obtener mejores resultados? Pues, entre otras cosas, porque Picciochi ha desarrollado una mejor intuición para gestionar sus restos de atril, conoce el diccionario con muchísima más profundidad, difícilmente pasará por alto un scrabble y, además de todo esto, se siente muy cómodo e identificado con ese estilo de juego. Si quitas todo esto y basas tu juego casi exclusivamente en la búsqueda del scrabble, podrás obtener algunos buenos resultados, porque prácticamente todos somos capaces de formar scrabbles cuando vienen los buenos atriles, pero, cuando el robo no te acompañe o cuando no seas capaz de encontrar el scrabble que tienes en el atril, te estarás condenando a convertirte en un peor jugador, porque en la búsqueda del scrabble, estarás desechando un buen puñado de buenas jugadas para tratar de conseguir tu objetivo.
Pensemos, además, en dos situaciones de juego por todos conocidas. ¿Cuántas veces no colocas un scrabble, y en el turno siguiente otro, y en el turno siguiente otro, sin que entretanto haya habido ninguna gestión de atril -es decir, ninguna búsqueda del scrabble-, sino que fue la bolsa quien quiso que dispusieras de tu segundo y tu tercer scrabble? Y ¿cuántas veces no has buscado el scrabble un turno tras otro sin conseguir tenerlo o descubrirlo? Pues quizás de estas evidencias podamos obtener un buen aprendizaje.
Con los turnos de cambio ocurre exactamente lo mismo. Cuanto menos cambies, de más turnos activos dispondrás y, por lo tanto, de mayor número de oportunidades para ampliar tu marcador. Pero eso no significa que el camino a la victoria pase por realizar menos turnos de cambio. En ocasiones son muy necesarios.
Cada partida es un mundo distinto que exige de tu atril diferentes jugadas y propuestas estratégicas. A veces te pedirá formar más scrabbles, pero a veces te pedirá hacer menos. En ocasiones te pedirá limpiar tu atril colocando algunas fichas en el tablero, pero otras te pedirá cambiar. Puede que te esté pidiendo cerrar el tablero, pero otras puede pedirte abrirlo. El camino para buscar la victoria no es siempre el mismo. Sobre esta premisa, estamos convencidos de que el scrabble y los turnos de cambio no son verdad absoluta para tratar de conseguir la victoria, aunque en muchas ocasiones ayuden. No obstante, sí hay un aspecto del juego que, en términos generales y de diversas formas, mejorará siempre tus opciones de conseguir la victoria, engañando a la estadística: disponer de más turnos que tu oponente. Existen varias maneras de conseguirlo.
* Disponiendo de los turnos de inicio y cierre (un turno adicional). El inicio se gana por sorteo, pero uno puede aprender a mejorar su estrategia para disponer del turno de cierre en más ocasiones que sus oponentes. Esta estrategia es todo un arte, la táctica es distinta en cada caso, así que no podríamos llegar a explicarla aquí (ni quizá en todo un manual), pero lo único seguro es que disponer de los turnos de inicio y cierre garantiza un turno adicional. Supongamos una partida de 14 turnos en la que promediamos 30 puntos por turno, mientras que nuestro oponente, que jugó 13 turnos, promedió 32 puntos por turno. Al finalizar la partida, acabaremos venciendo por 420-396, más la diferencia resultante de la suma y descuento de fichas. Esto fue gracias a la fortuna o la habilidad necesarias para disponer de un turno adicional.
* Efectuando menos turnos de cambio que tu oponente. Como dijimos, esto no es una premisa, ya que puede ser que la partida nos exija cambiar más, pero, en términos generales, quien menos cambia más juega y quien más juega más puntúa.
* Evitando formar palabras inválidas sobre el tablero. Es evidente que no todos disponemos de la misma mochila léxica, pero es cierto también que todos estamos capacitados para aprender a decidir con acierto cuándo jugárnosla o no por una palabra. Cada apuesta por una palabra de la que no estemos seguros puede traer el premio de un scrabble, pero también el castigo de un cero, la pérdida de un turno y la concesión al oponente de la valiosa información que le supone conocer nuestras fichas. ¿Qué vale más?
* Consiguiendo forzar turnos de pase. Si conseguimos llegar a una situación de final de partida con ventaja en el marcador y con una ficha «muerta» en la bolsa (no necesariamente la Q), nuestro oponente se verá forzado a robarla y, una vez ahogada en su atril, cada turno de pase suyo supondrá una ocasión adicional de ampliar nuestro marcador sin que él pueda evitarlo.
Veamos un ejemplo de cómo engañar a la estadística. Se trata de una secuencia de 14 partidas jugadas hace muy poco, todas ellas muy igualadas y emocionantes y con un juego complicado en ocasiones. El caldo de cultivo perfecto para tratar de doblegar al azar, de superarse a uno mismo y de engañar a la estadística. En total han sido 198 turnos de juego en los que mis oponentes han tenido la fortuna o la habilidad de conseguir mejores medias de puntos por turno activo: 47,3 puntos, por 41,1 puntos para mí. En este sentido, se podría decir que sus palabras y puntuaciones fueron más efectivas que las mías. Sin embargo, en estas 14 partidas he tenido la fortuna o la habilidad necesarias para conseguir que la estadística diga que esas puntuaciones medias estaban a mi favor. Veamos una comparativa entre el aprovechamiento de los turnos de mis oponentes y los propios:
Ahora la estadística es bien distinta. En tanto que mis oponentes sólo transformaron 131 de los 198 turnos jugados en turnos activos, frente a mis 158, el total de turnos jugados pone la estadística a mi favor: una media de puntos por turno total de 31,3 para mis oponentes y de 32,8 para mí. El resultado en este caso puedo considerarlo exitoso: diez victorias sobre catorce partidas que fueron realmente muy complicadas, tanto para mis oponentes como para mí, venciendo en finales muy igualados en los que, en muchas otras ocasiones, la moneda podría haber terminado saliendo favorable al oponente.
Pensemos que, en ocasiones, especialmente cuando una partida se presenta con marcadores muy disputados, se abre una pequeña puerta en la que hay que aprender a colarse en el breve momento en que permanece abierta. Si conseguimos entrar antes de que se cierre, puede que hayamos dado con nuestra única oportunidad de ganar la partida. Esta puerta puede ser deshacerse de las fichas adecuadas en el momento oportuno, tomar la ventaja necesaria justo antes de poder echar una Q a la bolsa, evitar formar una palabra inválida, preparar la estrategia oportuna que nos permita disponer del turno de cierre, habilitar una línea sobre el tablero en la que sólo nosotros dispongamos de la única letra que puede ser jugada sobre ella…
Todas éstas son pequeñas ventajas que suman para acabar poniendo a la estadística de nuestra parte.