¿TODO VALE PARA GANAR? por Rick de las Casas

Es muy frecuente en cualquier torneo escuchar a algunos jugadores repetir la típica frase «yo vengo a divertirme. Ganar o perder me da un poco igual».

Cuesta mucho creer que un jugador que se ha desplazado cientos de kilómetros, que ha invertido todo un fin de semana y unos cientos de euros, para jugar un torneo, reste importancia de esa forma  al hecho de ganar o perder partidas.

Ni un solo jugador del circuito permanece impasible ante una derrota. Y tampoco conozco a nadie a quien una victoria deje indiferente. Es tan sencillo como que a todos nos gusta ganar y a nadie le gusta perder.

Así pues, está claro que todos y cada uno de nosotros haremos lo imposible por llevarnos una partida, y es aquí donde a veces entramos (o no) en un conflicto entre lo legal, lo adecuado y lo ético.

Hay diversas situaciones de partida, algunas de sobra conocidas, y otras no tanto, así como casos concretos, donde se demuestra qué ocurre cuando lo legal, lo adecuado y lo ético chocan.

 

“ERRORES” AL SUMAR PUNTOS:

Nuestro rival se equivoca al contar la puntuación de una jugada, salimos beneficiados, y tenemos unas décimas de segundo para guardar silencio o para hacerle rectificar su error. Durante esas décimas, por nuestra cabeza pueden pasar muchas cosas: “Hay que jugar limpio. Pero es él quién se ha equivocado. No es culpa mía. Así es la vida. Si lo digo quedo como un caballero. Mi rival es mi amigo. No trago a mi rival. Nadie lo sabrá”.  Sin duda, no es ilegal callar y seguir adelante. Nada dice el reglamento sobre esta situación, por supuesto. Sin embargo, ¿es una conducta ética en el juego? Hay quien opina que sí, por descontado, ya que no se trata de ninguna maniobra sucia por nuestra parte sino de un error del rival. Hay quien opina que jamás debe uno aprovecharse de un error del oponente, aunque nos cueste la partida. Lo que sí es cierto es que lo que afirmamos en una distendida charla con otros jugadores puede cambiar mucho con respecto a lo que finalmente hacemos en la vorágine de una partida.

 

CERRAR, METER LA Q EN LA BOLSA…

Cuando tenemos mucha ventaja, la partida decidida a nuestro favor y tenemos la opción de poner más tierra de por medio con nuestro rival, también se plantean algunas dudas: “Voy ganando de 200 y ya es imposible que me remonten. Pienso que la diferencia de puntos en un torneo es el tercer criterio de desempate, así que tengo que sacar toda la ventaja posible porque nunca se sabe. Recuerdo haber escuchado que algún pódium acabó decidiéndose por este criterio. Así pues, me dedico a cerrar huecos para que mi rival no puntúe, o le meto la Q en la bolsa”. Esta es una de las actitudes más reprobadas sobre un tablero. La mayoría de los jugadores la considerarán inadecuada, y quizás poco ética, aunque legal. Sin embargo, en una situación similar, no nos cortamos si tenemos sobre el atril un scrabble y aumentamos nuestra ventaja de 200 a 270. Claro, tenemos un pleno, ¿por qué no vamos a ponerlo? Parece lógico y seguramente nuestro rival no se moleste. ¿Pero qué diferencia hay entre ambas situaciones? Si aumento mi ventaja con un pleno, nadie lo verá inadecuado o poco ético. Pero si aumento mi ventaja cerrando o metiendo la Q en la bolsa, seré mal visto por la mayoría de jugadores y es posible que mi rival me lo eche en cara o se moleste. Parece contradictorio, ¿verdad?

 

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ESA LETRITA QUE SE NOS CAE SOBRE EL TABLERO…

Hace poco, durante un torneo, al jugador A se le cayó una ficha de su atril sobre el tablero. Su rival, de inmediato, le indicó que esa pieza había tocado el tablero y que tenía que colocarla. El reglamento es claro sobre esto, y el jugador A está obligado a jugar esa letra. “Así es la vida”, fue lo que dijo el jugador B cuando A tuvo que jugar esa letra. Por tanto, nada que reprochar, si seguimos el reglamento a rajatabla. En este caso, al contrario que en el anterior, no hay opción alguna de debate sobre la limpieza del acto del jugador A. No parece haber falta de ética en la firme aplicación de una norma del reglamento. Lo que habría que considerar, y siempre según el contexto de la partida, es si tan estricta aplicación de la norma entraría dentro de “lo adecuado”. Muchos jugadores dirían “bah, coge la letra que se te cayó y haz la jugada que ibas a hacer”. Quizás la mayoría. Es cierto que al jugador B le quedó muy mal sabor de boca, aunque también es cierto que nada se puede reprochar al jugador A.

 

CUANDO EL TIEMPO SE AGOTA…

Uno de los casos más sonados, conocido por todo el circuito nacional, se dio hace muchos años cuando en  una partida, la jugadora A venció al jugador B. Al parecer fue una partida reñida, era la primera vez que A vencía a B, del que según dijo ella misma, admiraba su juego. Así que al acabar, la jugadora A estaba exultante. Sin embargo, al terminar la partida, B no paró el reloj, que siguió descontando tiempo mientras B se empeñaba en repasar con A todas y cada una de las jugadas de la partida. Cuando el reloj de A agotó su tiempo, B le indicó que había perdido la partida. Así pues, dentro de la legalidad, de nuevo la norma es irrefutable, y al jugador que agote todo su tiempo, incluídos los diez minutos de descuento, se le dará por perdida la partida. Sin embargo, esta es una de las situaciones que todo el mundo coincide en condenar no sólo como poco ética, sino como maniobra sucia para ganar una partida de cualquier forma. El jugador B acabó retirándose de aquel torneo, quién sabe si al final se arrepintió de su maniobra, o quizás fue la actitud del resto de jugadores tras aquella argucia la que le hizo abandonar. Esta misma situación se volvió a dar años después entre otros jugadores, aunque tuvo mucha menos repercusión.

 

TE IMPUGNO ESA PALABRA QUE YO MISMO JUGUÉ

Hay quien considera que impugnar una palabra que nosotros mismos pusimos, a sabiendas de que era incorrecta, es una conducta poco ética en el juego. También hay quien considera que no hay nada inadecuado en ello, y que ese recurso no es más que aprovechar que tenemos más vocabulario que nuestro rival, y que fue nuestro oponente quien debió impugnar en su momento. Distinto es, por ejemplo, jugar una palabra que no pluraliza para engañar a nuestro rival. En esta segunda situación no cabe discusión alguna sobre la legalidad o ética de la jugada. Sin embargo, en el primer ejemplo sí que existe división de opiniones en cuanto a lo ético de la jugada. Algunos dicen que eso es engañar al rival, otros, como dijimos antes, que se trata de tener más vocabulario y punto… Si hay algo claro en esta situación, es que el punto de vista cambia radicalmente según estemos en uno u otro lado del tablero.

 

APUNTA LA PALABRA Y LA CONSULTAMOS

Hace unos años, se dio el siguiente caso, que implicaba a una jugadora debutante y a un jugador experimentado. En aquel tiempo, la norma rezaba que si apuntabas en tu libreta la palabra que el rival había jugado, ya no podías impugnarla.

En aquella partida, el jugador A colocó una palabra, y la jugadora debutante B decidió impugnarla. Entonces el jugador A le indicó que apuntase la palabra en su libreta y que entonces hiciera la impugnación. Cuando B impugnó, A le dijo al juez del torneo que B había apuntado ya la palabra y que había perdido su derecho a impugnar. Y la palabra quedó colocada sobre el tablero. En este caso, hay quien opina que si compites en un torneo, seas debutante o no, tienes que conocer el reglamento del juego. Otros vieron aquello como una sucia maniobra de engaño al aprovecharse del desconocimiento de un debutante.

 

RELLENA TU LIBRETA

Hay un caso menos frecuente pero del que seguro que todos hemos oído hablar alguna vez. El reglamento indica que los jugadores deben apuntar todas las jugadas con su puntuación en sus libretas, y que al acabar la partida, en caso de que a alguno de ellos les falte alguna palabra, su rival tiene derecho a hacérsela apuntar, dentro de su tiempo. El reglamento es claro y tampoco podemos reprochar nada a quien opte por ejercer esa norma. Como siempre, habrá que tener en cuenta la situación de la partida. Imaginemos que perdemos de un punto al acabar, que a nuestro rival le quedan 10 segundos de reloj y que no ha apuntado varias palabras. En este caso, podríamos considerar que si hubiera apuntado esas palabras, hubiera perdido esos 10 segundos de tiempo y la partida sería nuestra. Distinto, aunque igual de legal, sería si vamos ganando de 100 puntos y queremos arañar algún puntillo más de ventaja, ya sea pensando en el tercer criterio de desempate, por la sed de puntos o simplemente porque la norma así lo estipula.

 

PALPAR LA BOLSA BUSCANDO COMODINES

Por último, otro caso real: hace no mucho, cuando las fichas tenían relieve, hubo quejas sobre alguien del circuito que, al parecer, al coger letras se llevaba un buen rato con la mano metida dentro de la bolsa, palpando las fichas en busca de los comodines. Cuando lo hacía al comienzo de la partida nadie llegó a darle mucha importancia, ya que es difícil dar a ciegas con los comodines entre cien fichas. Sin embargo, también llegó a hacerlo durante una partida en la que quedaban muy pocas fichas en la bolsa, entre ellas un comodín. Por supuesto, sacó dicho comodín. Aunque nunca nadie presentó una queja formal sobre esta artimaña, el uso de esta argucia era de sobra conocida en el circuito. Sin embargo, en otra ocasión, este mismo jugador fue víctima de uno de los casos arriba expuestos: al finalizar una partida, contó mal su puntuación total y se vio perdedor por escasos puntos. Su rival, conocedor de las prácticas que solía ejercer, no le corrigió y se llevó la victoria.  Puede que contra otro adversario hubiera corregido la puntuación aun viéndose perdedor, pero no lo hizo. Y es que quien a hierro mata…

 

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Rick De las Casas, campeón de España 2016

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Un comentario sobre “¿TODO VALE PARA GANAR? por Rick de las Casas

  1. Sí, muchas argucias. Todo esto asusta, pero no me desanimo en jugar.

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