AZAR, MALDITO AZAR

Existen fundamentalistas que afirman que la diferencia entre una pelota que pega en el travesaño y pica adentro y otra que pica afuera radica en la pericia del ejecutor. La pelota que entra está bien pateada y la que pica afuera (o aún en la línea) está mal pateada.
Yo soy de esa opinión y como ese grupo de personas no creo que la suerte sea tan crucial. Si las cosas se hacen bien se obtienen buenos resultados y si hacen mal se fracasa.

Quizás por ello soy seguidor del psicólogo Richard Wiseman quien  argumenta que en gran medida lo que muchas veces se llama la suerte en el fondo es el producto de haber generado circunstancias que facilitan esa denominada suerte.

Y se que con lo que digo la mayoría no comulga y las críticas lloverán por doquier. No digo que no exista la imponderancia del azar, que existe y máxime en el scrabble, pero bien es cierto que a todos nos afecta  y la diferencia radica en como gestionarla.

En el amplio estudio de Wiseman se determina que las personas que atraen la mala suerte suelen estar más tensas que las afortunadas, y esta ansiedad obstruye su capacidad para identificar lo inesperado. Consecuentemente, se pierden oportunidades porque están muy concentrados en buscar otra cosa. Las personas afortunadas son más relajadas y abiertas, y por ese motivo ven lo que está disponible y no sólo lo que están buscando. Evidentemente cuatro principios acompañan a los afortunados:
1) Son habilidosas para crear e identificar oportunidades fortuitas, 2) toman decisiones afortunadas  siguiendo su intuición, 3) generan profecías auto-cumplidas a través de expectativas positivas, y 4) adoptan una actitud más elástica que transforma la mala suerte en buena fortuna.

Un gran jugador venezolano decía que en un torneo a seis rondas, existe una partida donde no puedes hacer nada, otra donde sale todo a tu favor y el resto queda en poder de tu conocimiento y buen hacer, dependen exclusivamente de ti. Y estoy de acuerdo. Y si la mala suerte es evidente no cabe analizar una partida, analiza un torneo completo o más allá aún, una temporada. Ahí ya no se puede limitar la argumentación a la mala suerte, el análisis ha de ser más profundo.

En cada país hay jugadores calificados de “suertudos” y otros de todo lo contrario. Me cabe pensar que a los que llaman suertudos lo son porque algunos no los acaban de considerar grandes jugadores y no entienden porque están ahí una y otra vez. Soy reacio a esas expresiones. El que está ahí por algo será. Algo tiene el agua cuando tanto la bendicen. ¿Picciochi fue campeón del mundo porque la suerte se alió con él en las últimas jugadas? Prefiero pensar que fue campeón porque es el mejor jugador actual, y aunque todos vieran la mala suerte en la finalísima de Blai Figueras, hasta eso podría obtener una respuesta científica.

Un campeón del mundo anglosajón que alternaba scrabble y ajedrez decía que lo maravilloso del scrabble era su componente de azar. Como la vida, te salpica constantemente con buena y mala fortuna y de ti depende capearla o aprovecharte de ella. Otro campeón español decía que en una partida como en la vida una simple decisión en una jugada incluso menor, decide tu futuro. El psicólogo deportivo Jose Ferrater no reniega de la mala suerte pero es explicito. Si achacas tus malos resultados a la mala suerte no hay posibilidad alguna de mejora.

A estas alturas este artículo para muchos es poco más que cuestionable, prácticamente no sirve para nada.

Recuerdo la nota emitida por la Asociación de Jugadores australianos tras descubrir que un 90% de sus jugadores daba a la suerte en el juego el mayor componente de este. Ante esas premisas era evidente que pocos se atreverían a estudiar, a prepararse. En España al menos sólo un tercio de los jugadores sitúan a la suerte como el factor más decisivo  pero en contraposición otro tercio lo sitúa como el menor factor.

En un importante torneo me sitúe detrás de uno de los grandes de este juego. Con un penoso atril de siete consonantes disputó dos jugadas sin cambiar, y no piensen que le vinieron mejores fichas. Solventó esos malos momentos de juego sacando 40 puntos y evitando que su rival se marchara en el marcador. Por supuesto se podían haber hecho otras cosas y la suerte hubiera influido positiva o negativamente, pero lo que era evidente es que la actitud mostrada ante esos momentos de mala suerte fueron de absoluta calma y seguridad en lo que hacía. Eso es lo que a mi juicio diferencia aun campeón de un simple mortal.

Y ahora  que cada uno extraiga conclusiones y cierto es que siendo latinos como somos ninguno de nosotros estaremos dispuestos a cambiar nuestra opinión,  pero eso si, que bonita es la libertad de expresión.

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