Un día de Scrabble en la prisión de Figueres por Miguel Rivera

Blai y yo llegamos a la prisión de Figueres. Sólo su visión ya presagia una sensación opresiva, irrespirable. Es un edificio centenario, agonizante. Muy pronto será sustituido por nuevas instalaciones.
Bajo la lluvia, Blai y yo entramos por un bajo portón y llegamos a la primera ventanilla. La primera pregunta de la funcionaria de rigor nos sorprende: “¿quién es el campeón del mundo?”. “Blai -decimos- y Miguel casi lo fue, hace una eternidad ya”, respondemos. Ella conoce el juego, pero no recuerda el nombre, cree que lo tiene, se trata de un tablero con fichas, cómo se llama… “Ah, sí, ¡Intelect!”.
Con las acreditaciones y siguiendo a la educadora, entramos en el edificio anexo. Allí nos presentan al director de la prisión. Nada que ver con la imagen estereotipada que nos muestra el cine estadounidense. Nos pregunta si la asociación tiene patrocinadores. ¡Buena pregunta, sí señor! Menciona que hay otras actividades de los presos relacionadas con el juego. Se halla muy implicado el club de ajedrez de la localidad.
Una vez acabada la breve charla, la educadora nos conduce ya al recinto de los presos. Subimos unas escaleras y se abre la verja… ¡Estamos dentro! A causa de la pertinaz lluvia, hemos de realizar la actividad en la misma galería, la única de la pequeña prisión. Allí divisamos el tablero gigante que han confeccionado los presos voluntarios. ¡Es magnífico! De una altura de dos metros y medio aproximadamente, es una pequeña obra de arte. Han confeccionado las fichas con cartulinas que han plastificado y éstas se enganchan al tablero con un pequeño velcro. Varios de los presos se acercan poco a poco. La actividad va a comenzar. Finalmente, unos veinte se sientan muy cerca de nosotros. La mayoría de ellos, a simple vista, son inmigrantes, básicamente magrebíes y rumanos.
Nuestro público es mayoritariamente español, con la excepción de un francés (del que nos dicen que juega muy bien al Scrabble), un africano muy bromista y algunos magrebíes. Blai, como buen profesor, toma las riendas, llama a filas e inicia la actividad. Lleva preparadas unas jugadas para mostrar las estrategias básicas del juego. A pesar de que durante el día anterior unos cuantos habían tomado contacto con el juego, se hace evidente que hay que bajar el nivel, y explicar el abecé: las siete fichas del atril, el inicio en la casilla central, … Sólo hay dos tableros y están en castellano, cuando la actividad se había programado en catalán, dentro de diversos actos planteados para la difusión del catalán en todos los ámbitos. Para más inri, hay mucho ruido y las llamadas por megafonía en ocasiones obligan a que cesemos en las explicaciones.

Tras cuatro jugadas y casi una hora de explicaciones, algunos de los presos han desistido, entre ellos el francés. Nuestro público es de unas diez personas más las educadoras. Tras la teoría, llega la hora de la práctica. Abrimos los tableros y a jugar. Blai controla una mesa, donde participan magrebíes mayoritariamente. Miguel supervisa la otra, en la que se juega una partida de cuatro jugadores. Bueno, en realidad eran ocho o nueve que se gruparon como pudieron.

Miguel, tras la visión del atril, aconseja la que podría ser la jugada adecuada, dejando un poco de margen para que los participantes intenten encontrarla. Manuel, de unos cincuenta años, parece el más espabilado, y coloca ANULARES, por 62 puntos. ¡Un scrabble! ¡Impresionante! Otro de los presos, el más joven, con la ayuda de una educadora, muestra muchas ganas de competir. Finalmente, la partida se acaba, gana Manuel con 220 puntos, una buena puntuación. Bien, parece que el objetivo de la actividad se ha conseguido.
Al menos unos cuantos han entendido el juego de principio a fin, se han divertido, y el Scrabble será una actividad más para pasar el tiempo en ese paréntesis terrible en la vida que es la cárcel. Nos despedimos, nos acompaña una educadora a la puerta. Hemos de retardar nuestra salida, pues se produce en esos momentos la entrada de un nuevo preso. Finalmente se vuelve a abrir la verja de la entrada, que se cierra tras nuestro paso. Salimos a la calle, no nos molesta la lluvia, ¡qué bien sentir el frío del invierno en mi rostro!
Por cortesía de Miguel Rivera

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